domingo, 21 de diciembre de 2014

        LIBERTAD DE EXPRESION Y ABERRACIONES MORALES 
 
(Publicado originalmente el 15 de abril de 2013)

Recibo un correo de Change.org, plataforma en internet dedicada a las peticiones masivas de cosas justas, en la cual participo a menudo y donde he iniciado alguna que otra petición, aunque sin mucho éxito, todo hay que decirlo.

En este correo se me pide que apoye el despido de Gloria Casanova, profesora de periodismo en la Universidad Herrera Oria CEU, de Valencia que como todo el mundo sabe es una Universidad Católica, fundada y patrocinada por la Asociación Católica de Propagandistas.

¿Cuál es el motivo que se esgrime para pretender mandar a la cola del INEM a esta profesora? Pues ni más ni menos que el haber pronunciado ciertas frases en sus clases que denotan una concepción de las relaciones entre hombres y mujeres absolutamente arcaicas, trasnochadas, cuando no risibles, que llegan a poner los pelos de punta.

El fundamentalismo religioso que subyace en el fondo y en la forma de las enseñanzas de esta profesora, acusada de dogmatismo y de adoctrinamiento, está a un solo paso de aquellos otros integristas islámicos que impiden que la mujer enseñe su cuerpo y su rostro, que las condenan a vivir su vida ocultas tras un velo, que impiden que aprendan a leer y a escribir, que las someten sin clemencia a la voluntad del varón, sea padre, hermano o esposo. Que las desposan cuando son niñas pagando con cuatro cabras, y que las repudian cuando ya no les interesan.

Este mundo nuestro, por desgracia, está lleno de fanáticos, de integristas, de fundamentalistas, de dogmáticos, de seres humanos llenos de prejuicios, plenos de miedos, aterrorizados ante cualquier cosa que amenace sus bien consolidados principios o su manera de vivir. De ahí nacen el racismo, la xenofobia, el machismo, la misoginia, el feminismo radical, el tribalismo, el sexismo, la homofobia, etc.

Sin embargo, con ser muy graves los efectos que palabras o expresiones como los que esta profesora utiliza, que pueden llevar a unos alumnos con poca formación humana e intelectual a asumir estos postulados, no puedo dejar de pensar y recordar a todos aquellos que han tenido el valor de seguir leyendo hasta aquí las palabras que escribió Evelyn Beatrice Hall en su biografía sobre Voltaire escrita a principios del siglo XX como una descripción gráfica del pensamiento volteriano : no estoy de acuerdo con lo que dices pero defenderé con mi vida tu derecho a decirlo.

Esta frase, bandera de la libertad de expresión, supone que aunque no nos gusten las actitudes, los pensamientos, las creencias y las palabras de los demás, tenemos el deber de asumir que quien las pronuncia tiene tanto derecho a hacerlo como tengo yo a contradecirlas.

No es que no me guste las frases que ha dicho la profesora Casanova. Lo que lamento es que todavía queden personas con mentalidades tan retrógradas como la de esta profesora. Lo que lamento es que en la época de la tecnología, del conocimiento universal ya prácticamente accesible a todos en el mundo desarrollado, una docente demuestre tan poco rigor científico, cuando afirma que la homosexualidad es una enfermedad que se cura, que demuestre tan poca humanidad cuando dice que se puede sacar algo bueno de una violación, que demuestre una compulsión sadomasoquista cuando enseña que las mujeres no deben separarse de sus maridos aunque sean víctimas de malos tratos...

Pero ojo: la profesora Casanova imparte clases en una universidad religiosa, católica y ultra-conservadora. ¿Que se puede esperar de ella? Los padres que envían a sus hijos a colegios católicos, institutos o universidades religiosas saben que en ellos se adoctrinan a los niños y jóvenes tal como la Iglesia Católica viene haciendo desde hace cientos de años.

Yo estudié en centros públicos, mis hijos estudian en centros públicos, y en ellos aprendí a respetar a todo el mundo: a los que piensan como yo y a los que no, porque si de algo estoy absolutamente seguro es que ni yo ni nadie tiene o está en posesión de la verdad absoluta.

Aprendí a ser tolerante, a respetar al diferente, a no reírme de los defectos de los demás, entre otras cosas porque yo tengo muchos. Aprendí que hay que ayudar al débil porque el fuerte ya se ayuda él solo. Aprendí que al fin y al cabo, todos los seres humanos estamos desnudos, que somos unos pobrecitos. Que venimos al mundo solos y nos vamos de él solos, aunque siempre estemos rodeados de gente. Que incluso al más bravucón no puedo dejar de verlo como si fuera un bebé. Que el infierno no existe porque ya lo vivimos día a día en esta vida. Que al fin y al cabo no somos nada, y que solo debemos vivir en paz con nosotros mismos y procurar hacer día a día de este puñetero mundo nuestro un lugar mejor para toda la humanidad.

Si hubiera sido educado en escuelas religiosas, probablemente sería la misma persona, pero mis postulados morales, éticos y mentales serían más cortos. No olvidemos que la religión en su esencia pretende dar respuesta a las grandes preguntas que todo ser humano se hace, y para ello dicta pautas, instrucciones y doctrinas que son impuestas a sus fieles o seguidores por medio de la coerción, la amenaza, el miedo, el concepto de pecado, el castigo.

No voy a firmar el manifiesto. No quiero que despidan a la profesora Casanova. No quiero tener que pagar otro seguro de desempleo a costa de mis impuestos. Lo que quiero es que la profesora Casanova lea otras cosas distintas a las que lee, que olvide los libros que en su primera portada todavía mantienen el nihil obstab. Que abra su mente, que viaje y salga del hotel, que se mezcle con el pueblo llano, con los ciudadanos, con los hombres, las mujeres, los ancianos y los niños. Que hable con ellos y se entere de primera mano cómo vivimos. Que acuda a un piso de acogida y hable con las mujeres que viven en ellos, ocultas para estar a salvo de sus esposos, novios o maridos maltratadores. Que hable con chicas violadas, que le expliquen el sentimiento de rabia y humillación al ser forzadas, que hable con homosexuales, hombres y mujeres y comprenda que la homosexualidad no es un vicio, ni una enfermedad, sino una tendencia tan natural como la heterosexualidad. Que los homosexuales no son gente perversa, enfermos de deseo sexual, sino personas como ella o como yo que no pueden impedir sentirse atraídos por otras personas de su mismo sexo. Que aprenda que el amor no distingue. Que el sexo no es pecado, ni mortal ni venial, sino una actividad normal entre los animales, ser humano incluido. Que la gente tiene derecho a intentar vivir su vida sin tantos miedos, sin tantos tapujos, sin tantos dogmas, sin tantas presiones.

No quiero que a la profesora Casanova ni la multitud de profesores y profesoras Casanovas que pululan por la geografía patria se les impida hablar y decir lo que piensan, porque ese será el primer paso para impedírmelo a mí también. Quiero que digan lo que quieran, para que definitivamente abran los ojos a aquellos que en su ignorancia siguen pensando que la educación religiosa es la más conveniente para sus hijos.

Quiero que la profesora Casanova diga lo que le venga en gana porque para ello la Declaración Universal de los Derechos Humanos recoge la libertad de expresión como un derecho innato de los seres humanos, y porque la Constitución de 1978 consagra no solo la libertad de expresión sino también la libertad de cátedra.

Que nos repugne lo que la Sra. Casanova dice, que nos ponga de los nervios, que lo rechacemos con toda la fuerza de nuestra alma, vale. Que queramos prohibirle hablar y enseñar no, porque no es ese el camino. Ese es el camino que conduce al totalitarismo y al pensamiento único.

Comprendo y comparto la indignación de los que firman el manifiesto, y de los que estando de acuerdo con el mismo no lo hacen por miedo a significarse, pero me perdonarán que yo no lo haga y espero que entiendan las razones que no son otras que las que expongo en este escrito.

Hay que luchar contra las ideas de la profesora Casanova, pero con otras ideas, con otros argumentos, explicando a los ciudadanos porque creemos que las enseñanzas de esta señora son erróneas, nocivas y están fuera de lugar. Hay que fomentar la educación de verdad, la cultura de verdad. Hay que explicar a las gentes que solo los pueblos cultos podrán ser pueblos libres, lejos de doctrinas que solo estrechan el espíritu y la inteligencia. Después de esto, que cada uno viva como elija vivir.