miércoles, 30 de septiembre de 2009

DE LA CORRUPCIÓN

Asistimos desde hace meses a un ¿nuevo? y lamentable espectáculo de corrupción y de financiación ilegal de un partido político. En este caso, que afecta al principal partido de la oposición, la chorizada se ha realizado de un modo tan tosco, burdo y chapucero, que solo se entiende desde la sensación de impunidad que tienen estos personajes cuando saben que en realidad cuentan con muchos más aliados que enemigos entre aquellas instituciones que tienen la obligación de defender la ley y aplicar la justicia. Ya quisieran estos sujetos tener la sutileza y la discreción de los gestores de Filesa.
La corrupción, de la que por desgracia no se libra ningún país, parece un mal endémico en España. Lo que distingue a nuestro país de otros, es que mientras en estos se la combate con todos los medios, en España hasta se la aplaude.
Los españoles somos aquellos que ponemos la zancadilla al policía que corre trás el ladrón. Somos los que admiramos al "Dioni", que tuvo un "par" para trincar la pasta y pegarse el piro. Somos los que admiramos a sujetos como Mario Conde, cuyo modelo de gestión bancaria (quedarse con todo) no fue entendido porque era "demasiado avanzado para su tiempo", según explicaba en la televisión él mismo. Como si el verbo robar, aun con multitud de sinónimos (mangar, sustraer, distraer, birlar, afanar) no hubiera sido conjugado en todos sus tiempos desde que el mundo es mundo.
Los españoles somos los que recibíamos como héroes a los capitanes que mandaban las tropas que luchaban y morían en Cuba. El problema era que no se les consideraba héroes por su valor en el combate, sino porque volvían convertidos en hombres ricos después de apropiarse de las soldadas y de todo el dinero que el gobierno de aquella época mandaba para la alimentación, las medicinas y el sustento de los soldados españoles, mientras estos morían a miles no por los ataques de los rebeldes, sino de enfermedades, miseria y hambre.
Presencié hace ya bastantes años el entierro en La Línea de un narcotraficante de cuyo nombre no quiero acordarme. Murió de un tiro en la cabeza en un ajuste de cuentas. Su aportación a la humanidad fue la de conducir a la degradación y a la muerte a decenas de jovenes, y a la desesperación y la ruina a sus familias. Sin embargo, fue el entierro más masivo que jamás he presenciado. Miles y miles de personas acompañaron el cadaver de este "benefactor" hasta el cementerio de San José.
Los españoles somos aquellos seres que intentamos escaquearnos de pagar nuestros impuestos, o de cumplir con lo que se nos exige. Somos los que vivimos del "chapú" mientras cobramos el paro. Somos los que conocemos a la perfección nuestros derechos, pero ignoramos nuestras obligaciones. Somos los que creemos que el que es honrado, es porque es tonto.
Los españoles tenemos asumido que el que puede robar, roba, y lo tenemos tan interiorizado, que lo consideramos algo normal.
Por eso, los episodios de corrupción no hacen mella en los partidos, ni en la intención de voto a los mismos. Así ocurrió en el caso del PSOE y así va a ocurrir en el caso del PP. Sabido esto por sus dirigentes, a nadie se le ocurre dimitir ni pedir cuentas. Por el contrario, intentan correr un tupido velo, volver la cara silbando y disimular como si no pasara nada, como si la cosa no fuera con ellos. Saben que la memoria de los españoles es muy corta, y que pasado mañana, una vez reducido el ruido mediático que provoca la novedad del escándalo, aquí continuaremos como si no pasara nada.
España, por desgracia, sigue siendo la nación de los pícaros, de los discípulos de Monipodio, de los lazarillos, de Guzmán de Alfarache, de Justina. De todos aquellos personajes de novela que tienen su reflejo en la España real.
La diferencia es que los pícaros de hoy mañana dispondrán del Boletín Oficial del Estado y nos impondrán sus leyes. Y hasta se atreverán a darnos lecciones de moral.

Fraga tuvo razón en una cosa: "Spain is different".

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